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Nos da mucha alegría tener como invitado en este blog a Raúl Vacas, contándonos algo sobre poesía y, concretamente, esa pieza minimalista que es el haiku. Una forma poética muy delicada que tiene, como casi toda la poesía, algunas normas de escritura. Raúl nos da unas cuantas ideas para entender mejor esta creación que cuenta el mundo y los sentimientos de una manera muy especial. ¡Bienvenido!
(Todas las ilustraciones del artículo provienen de la técnica llamada Gyotaku donde pescadores japoneses imprimen en un papel la forma de los pescados que venden)
(Todas las ilustraciones del artículo provienen de la técnica llamada Gyotaku donde pescadores japoneses imprimen en un papel la forma de los pescados que venden)
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Diecisiete migas
de pan
Algunas
claves para entender el haiku - Raúl Vacas
El
haiku, al igual que la greguería, es una lupa de precisión para mirar el mundo
con un propósito didáctico, incluso lúdico, pero también con la naturalidad y
el asombro con que un niño mira las cosas que llaman su atención y le
emocionan. Escribir haikus nos permite trabajar la percepción y la atención
pues el resultado del poema depende de nuestra capacidad para poner en relación
los asombros que producen la naturaleza y la vida y expresarlos sobre el papel
en un envase de pequeñas dimensiones.
El haiku nace de
una experiencia sensorial que se registra por escrito en una estrofa de tres
versos de cinco, siete y cinco sílabas respectivamente, diecisiete en total. El
escritor de haikus (haijin) ha de ser capaz de transmitir al lector la misma
emoción que sintió al ser partícipe de algo que ocurrió en un momento concreto
y en un lugar preciso. Lo que sucede aquí y ahora, señalaba el maestro Bashô.

Quien
se adentre en el espacio interior del haiku tendrá que aprender a mirar, tocar,
escuchar, oler y probar. Y también a sintetizar, a ordenar los elementos del
texto, a construir una pequeña escena, a contar sílabas y a economizar recursos
en favor de la concisión y la sencillez. ¿Qué es un diptongo? ¿Qué es un hiato?
¿Qué es una sinalefa? ¿Cuándo hay que restar o sumar sílabas a un verso? El
haiku es una gran herramienta para el aula. No solo nos permite trabajar con el
lenguaje sino que nos invita a recuperar la curiosidad y a volver a colocar el
brillo del asombro en nuestros ojos. “No mido el tiempo con el tiempo. Mido lo que dura en mis ojos lo que miro” dice Gonzalo Escarpa en uno de sus
poemas. Ese es el modo de afrontar el encuentro con la mirada, dejarse
sorprender.
Para
escribir un buen haiku será preciso trabajar con la objetividad. El haiku rehúye
el artificio de ahí la importancia de contar las cosas como son, sin adorno alguno,
haciendo hincapié en la emoción que nos producen. Se trata de mirarlo todo como
si sucediera por primera vez, señala Vicente Haya en numerosos de sus libros.
Un
haiku es, por tanto, un pequeño neceser que contiene lo indispensable para
trasmitir la emoción o el asombro de nuestro viaje por la vida. Solo hay cabida
para lo necesario así que tendremos que elegir, descartar, buscar nuevas
opciones para ajustar los versos a la métrica exigida, trabajar con sinónimos,
elegir la palabra que nos sitúe en la estación en la que se enmarca dicho haiku
(kigo). ¿Se desesperaban con el cubo de Rubick? El haiku es un desafío que
permite ejercitarnos en la humildad y en la paciencia. Aquí no sirve desmontar
las piezas y colocarlas de manera tramposa en lugar requerido. Hay que aprender
a despojarse de la vanidad, a ir a lo esencial. No es el haiku, como se ha
querido ver en ocasiones en occidente, un artificio para lucir nuestras habilidades
poéticas sino una forma de vida que nos enseña a mirar sin tomar partido, solo
desde el ejercicio de la contemplación y la meditación.

Son
muchas las exigencias formales del haiku pues se trata de una pieza de
orfebrería, de una pequeña caja de precisión donde todo tiene que estar
perfectamente engranado y engrasado. Un buen haiku no es un pasatiempo sino un
desafío, un camino de búsqueda y de aprendizaje.
Hay
un ejemplo de Taigi que expresa muy bien uno de los propósitos fundamentales de
estos poemas: compartir el asombro y la belleza, ya sea en el momento en que
transcurre, o con el lector que lo revive a través de las palabras:
tobu hotaru / are to iwan mo / hitori kana
Luciérnaga en
vuelo.
“¡Mira!” –quise
decir;
pero estoy solo–.
Fernando
Rodríguez-Izquierdo selecciona este haiku para la antología de Tan Taigi
titulada “Gato sin dueño”, publicada por la editorial Satori. La traducción
también es suya. Vemos que no está ajustada a la pauta silábica 5/7/5 quizá
para que comprendamos con mayor exactitud los detalles del haiku y las dificultades
que se presentan en la traducción. Hay versos que se pueden interpretar de
muchas formas posibles.

En
un haiku es condición indispensable que desaparezca el “yo” poético. En el
haiku de Taigi aparece pero se desdibuja en la emoción que supone centrar la
mirada en una luciérnaga y en la tristeza experimentada por vivir y disfrutar a
solas ese pequeño instante de magia. Lo importante es la luciérnaga y la magia
que provoca, lo demás es accesorio.
“Si
no quieres quedarte a mirar la tormenta / yo la miro por ti” dice Juan Antonio
González Iglesias en un poema titulado “Arte poética”. Habrá quien tema a las
tormentas y por tanto no pueda disfrutar de ese espectáculo. Pero ahí están el
amigo y el poeta para prestarnos su mirada y su emoción y contarnos lo que vieron.
Con el haiku ocurre igual. Somos cronistas y testigos únicos de lo ocurrido y
queremos compartir ese pequeño instante para hacerlo universal.
Hay
momentos y vivencias que se disfrutan en soledad pero otras son mucho más
intensas si se comparten. Los niños sienten un deseo irrefrenable de compartir
palabras y vivencias con sus padres, maestras o compañeros de clase. Quieren
comunicar, y mucho más si se trata de algo que les ha hecho vibrar por un
momento. Ese mismo deseo de comunicar está en el haiku.
Ver
una luciérnaga en vuelo es siempre un espectáculo pero mucho mejor si ese
espectáculo es compartido. ¿A quién no le gusta compartir una buena película de
cine y comentarla después? Mucho mejor, sin duda.

Veamos
algún ejemplo más para entender la naturaleza del haiku. En este caso un poema
propio. En el libro “Esto y ESO”, publicado en la editorial Edelvives, incluí el
haiku urbano que reseño a continuación. Pero hemos de aclarar primero que
muchos escritores de haiku, tanto clásicos como contemporáneos, creían
necesaria una evolución y una transgresión en los férreos pilares del haiku. Es
cierto que el haiku nos explica el paso del tiempo en la relación que mantienen
hombre y naturaleza y que es un tipo de poema en el que el hecho natural ocupa
casi toda la temática del haiku. Pero también el hombre hace vida en las
ciudades y por tanto hay que buscar allí, con nuestras cámaras, para dar cuenta
de los asombros urbanos. Pongamos la vista en un paso de peatones:
seat león
se detiene un
instante
paso de cebra
Es
frecuente en un haiku trabajar con la ambigüedad de las palabras. En japonés un
verso puede tener diferentes significados de acuerdo al matiz con que el traductor
se acerca a cada una de las palabras. De ahí la importancia de todas las piezas
que constituyen el puzzle.
Habrá
quien señale que quizá no estemos ante un haiku. No contiene la palabra que
determina la estación, ni pone su foco en la naturaleza pero sí tiene, en
cambio, esencia y sabor de haiku (haimi). Y así lo consideramos, como un haiku.
Hay
dos palabras que resultan determinantes para situar el poema en dos escenarios,
el real y el imaginado: “león” y “cebra”. Tenemos el lugar donde transcurre la
acción, la ciudad, pero también podemos volar con la imaginación a África y
pensar en un león y en el paso de una cebra. ¿Se detendrá un instante en este
nuevo escenario el león? Lo más seguro es que no, que se abalanzará sobre la
cebra sin que código alguno, y menos de circulación, se lo prohíban. Es la ley
natural. El haiku nos sitúa ante dos
posibles contextos y escenarios. Insinúa más de lo que dice.
Cambiemos
ahora de atrezzo para ofrecer un haiku rural. Imaginemos por un momento a un
pastor, quizá el Salicio de Garcilaso, pero juguemos con el sentido polisémico
de la palabra “campo” para producir “la chispa poética” que adereza muchos
haikus:
silba el pastor,
una oveja en el
campo,
fuera de juego
Si
leemos los dos primeros versos advertimos que el pastor está en el campo con
las ovejas. ¿Pero qué ocurre si junto a ese prado hay un campo de fútbol de
hierba y una de las ovejas se ha colado en él? Que hay un campo dentro de otro
campo en nuestro campo de visión. El pastor se convierte en árbitro y la oveja
en jugadora que infringe la norma. Ya solo faltaría añadir a un perro pastor
guiándola de nuevo junto a las otras.
Lo
normal es que en el haiku los campos no tengan banderines de córner ni las
líneas marcadas con cal sino que sean campos con hierba, flores, árboles y
animales. ¿Por qué no?
Este
haiku me recuerda a un maravilloso poema de Claudio Bertoni titulado “Desde la
ventanilla del bus”:
Veo unas vacas
en una cancha de
fútbol
dos pasan
rozando un palo
la tercera
es gol
Aquí
no hay ambigüedad posible. Las vacas están en una cancha de fútbol. Una ha
entrado en la portería y ha participado del objetivo que se persigue en este
deporte, hacer gol.
Vean
ahora este haiku de Kerouac que de manera consciente decidió apartarse del
rigor métrico del haiku y llamó a sus poemas pops (pops-jaikus):
“Atraviesa el
campo de fútbol,
de regreso a casa,
el solitario
hombre de negocios”
Hay
una enorme fuerza visual en esta imagen que ha sido recreada en diferentes
ocasiones y con diferentes personajes en el cine. La soledad de un estadio
vacío, por pequeño que sea, evidencia aún más la soledad del hombre de negocios
que lo atraviesa.
Señala
Marcos Canteli en el prólogo de “Libro de jaikus” de Jack Kerouac publicado por
Bartleby Editores: “Kerouac encuentra en
el haiku esa disciplina extremada que permite liberarse en ser de atención y así fundir un yo desbordado con el mundo:
aquí y ahora: ojo que ve, oído que
escucha, boca que habla, mente del cuerpo, cuerpo de lamente, uno, múltiple”

Veamos
dos haikus más para completar este recorrido por la naturaleza del haiku. El
primero se refiere a dos mariposas, insecto que junto con las moscas,
luciérnagas y libélulas han acaparado la atención de innumerables haijines:
patas
y antenas
dos
mariposas blancas
sobre
la nieve
Ampliemos esta diapositiva. Sobre un
fondo blanco vuelan dos mariposas. La palabra nieve podría ser el kigo que
señala el invierno pero la presencia de las mariposas, y la palabra que las
designa, podrían situarnos en la primavera. Lo normal es que las mariposas
migren hacia zonas cálidas cuando llega el invierno, o que hibernen las que no
lo hacen, así que centramos nuestro interés en la primavera. Todo debería de
estar verde pero ha nevado. Ha sido una gran nevada. Sale el sol y las
mariposas, ocultas tras la nevada, vuelan en acrobacias de flor en flor. Muchas
de esas flores están cubiertas de nieve. Imaginemos a esas dos mariposas
blancas en un jardín o un parque. Las seguimos con la mirada pero en ocasiones
parecen desaparecer cuando el primer plano del color blanco de sus alas se
funde con el escenario blanco del telón de fondo. En ese preciso instante solo
advertimos las patas y las antenas, los únicos elementos de color negro. La
casualidad, o la magia del instante, reside en que ambas sean blancas.
Cualquier otro color hubiera sido un buen contraste con el blanco, imaginen el
rojo por ejemplo, un rojo sangre, pero el hecho de que sean blancas compone un
escenario más sutil.
En esa fiesta de la nieve las dos
mariposas podrían parecer, incluso, dos copos de nieve más.
En el haiku es muy importante el juego
de planos, la composición, el encuadre de la imagen. Recordemos que es como una
fotografía que capta lo que sucede en un lugar concreto y en un momento
concreto. Una cámara de fotos si se trata de una imagen estática o una cámara
de vídeo si se trata de una secuencia, donde también queda registrado el
sonido. Por eso son frecuentes en los haikus los primeros planos, los planos
detalle, las panorámicas.

Llegamos
al final así que entremos en los bosques, cámara en mano, contando sílabas con
los dedos, como si en ese cómputo fuéramos arrojando migas de pan que señalan
el regreso a nuestra infancia, a nuestra inocencia. No tengamos miedo de
perdernos. Abramos los ojos y el resto de sentidos a cuanto se muestre ante
nosotros. Miremos con el ánimo de aprender y de dejarnos sorprender por todo
cuanto acontece en esos bosques. Y recuperemos por fin la curiosidad perdida.
Si lo logramos estaremos escribiendo nuestro mejor haiku:
bosque sin
pájaros,
diecisiete
miguitas
marcan el rumbo