No siempre
es fácil entrar en el mundo de los autores y su relación con editores, y mucho
menos esbozar qué es un buen editor. Porque editores hay muchos pero
singulares, menos. El editor, no solamente recibe un manuscrito, da unas
palmaditas en la espalda del autor y mete el libro en producción. A menudo, muy
a menudo, el editor es un amigo, un confidente, una madre, un prestamista, un
apagafuegos y también, un incendiario que aviva las llamas de sus creadores. En
la construcción de un catálogo por parte de un editor, el diálogo con los
autores es indispensable y conforma en muchas ocasiones las líneas de trabajo
con sus autores.
Tal
es el caso del editor suizo Daniel Keel, fundador de la emblemática Diogenes
Verlag que publicó a 860 autores en 58 años de vida, entre ellos, gente de la
talla de Samuel Beckett, Heinrich Böll, Albert Camus, Elias Canetti, Max
Frisch, Donna Leon o Patrick Sünskind. Sin embargo dos autores marcaron
notoriamente ese catálogo: Maurice Sendak y Tomi Ungerer, considerados ahora
dos de los más importantes exponentes de literatura infantil.
Atender la
correspondencia de Keel con estos autores es descubrir el espíritu de un editor
que siempre dijo que los libros son solo voluminosas cartas a los amigos. La
lectura de sus cartas publicadas bajo el título Lustig is das verlegerleben (“La
vida de un editor es divertida”), puede servirnos para entender qué requisitos
debe tener un editor de libros para niños.
a)
El afecto. Maurice Sendak, en una ocasión, le recriminó que siempre escribiera
sus cartas de manera impersonal. Keel entonces tomó su máquina de escribir, un
diccionario alemán-inglés y cinco días (“he afilado mis lápices que nunca uso”)
para acabar escribiendo cinco páginas repletas de noticias. “Maldita sea: no
soy un escritor (como tú y la mayoría de mis amigos). Soy un editor”, le
confiesa para poner las cosas en claro. La larga carta no deja lugar a dudas:
el afecto que siente por Sendak vale el esfuerzo. “He pasado media noche
tecleando en esta horrible máquina de escribir (mirando en el diccionario cada
tres palabras). Por favor, ten misericordia en el futuro. Encontrémosnos aquí o
allí para hablar. La escritura es algo demasiado sagrado para mí. Déjame
simplemente ser tu editor y tu amigo”.
a)
La intuición. Para un editor que conseguía a sus autores leyendo, por ejemplo,
el New York Times (donde era posible
detectar en un anuncio a un potencial autor), no resultaba tan sorprendente
recibir cartas de todo tipo y contestarlas con entusiasmo. En una ocasión Tomi
Ungerer, habiendo enviado por correo sus originales y tras no recibir respuesta
inmediata le escribió en enero de 1959 una primera carta con esta peculiar
ortografía y composición:
Querida
editorial.
estoy muy impaciente
porque no tengo respuesta. ¿Han llegado mis cosas? qué pasa. ¿Tal vez el señor
diokeeles se ha muerto o está enfermo? (¿por ejemplo, hemorroides, cáncer,
manicomio, peste o sífilis, o miosotis?). Aquí tengo algunas cosas que todavía
no he enviado porque no sé si Zúrich existe todavía.
amen
men
en
n
() nada
Reciba, querido
señor, la expresión de mis sentimientos más superlativamente distinguidos, asegurados
y venerados.
tomi ungerer, si
es que te acuerdas
¡jajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajaj,
ja!
No sabemos
si Ungerer conocía la personalidad de un editor, como Keel, que tras publicar Memento
Mori de Muriel Spark, había elegido como táctica de marketing llamar por
teléfono a los libreros para decirles: “¡Recuerda que vas a morir!”, pero lo
más probable es que le diera igual y mostrara, simplemente, su personalidad de
inconformista.
Como editor, ¿una carta así causa alarma o es un estímulo?
¿Refleja una futura amistad o más bien una montaña rusa?
Para
un editor como Keel era sin duda la promesa de un autor singular, de una obra
futura prometedora. Así lo constata el hecho de que Keel encargara a Ungerer
las ilustraciones de un libro poco común: Das Große liederbuch, ambiciosa
compilación del folclore en lengua alemana, que obligó al ilustrador a dar un
cambio radical en su técnica e inspiración.
c)
El realismo. “Me considero un realista romántico”, admitió Keel en una entrevista.
Para un editor tener un pie en la realidad es tan necesario como sentir emoción
por sus autores. Esto incluye la administración, el dinero y el conocimiento de
que el éxito de un libro puede proporcionar a muchos escritores la posibilidad
de expresiones creativas que de otra manera serían inviables. A propósito de
Edward Gorey, escribe en otra carta: “Como la mayoría de mis autores-artistas,
trabaja como ilustrador para otra gente por dinero”.
Las tensiones con sus
autores sobre asuntos económicos se resuelven compartiendo con ellos el momento
editorial. Ungerer se demora más de dos años en entregar sus ilustraciones para
ese Liederbuch que tanto promete. Keel le responde que, de momento, “los
costos nos aplastan”, y que por ello no pueden darse el lujo de hacer la
edición a todo color. Ungerer ganará: el libro saldrá a color y se convertirá
en un clásico del género.
Tal
vez estos incisos arrojen luz sobre la importancia de un editor. Si Ungerer o
Sendak no se hubiesen cruzado con editores como Keel tal vez su obra no hubiera
sido tan deslumbrante. Pero también se observa en esta compleja y delicada
relación, y en el espíritu de un editor, la importancia de intermediar con
mucha inteligencia y creatividad, para un público, los niños, acostumbrados a que
todos piensen por ellos.
Este artículo salió publicado en la Revista Letras Libres, noviembre 2014.
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