Un 11 de septiembre, un día como hoy, hace ya 6 años, Ana Pelegrín nos dejó. Cada 11 de septiembre, esa fecha recordada por otros motivos, mi mirada regresa a su calidez y a los buenos ratos pasados juntas.
Este año quiero rescatar, en su memoria, este breve texto que escribí en un homenaje hecho en la revista Educación y Biblioteca, recordando su encanto y sencillez, así como su tesón y viva curiosidad.
Conocí a Ana Pelegrín en un viaje a México D.F., cuando coincidimos como jurado en el Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños. La Fundación para las Letras Mexicanas, muy amable y “a la mexicana”, nos había invitado una semana antes de las deliberaciones al hotel colonial María Cristina para que tuviéramos tiempo suficiente de leer los manuscritos.
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Ana Pelegrín, con Daniel Goldin y David Huerta, jurados del concurso |
-pues
yo mañana voy a ir…
-pues
me voy contigo –me dijo ella-
“Esta
señora” pensé.
Al
día siguiente nos sumergimos en el metro, arriba y abajo.
Probablemente la llevé hasta Coyoacán -casi al otro extremo de la
ciudad pero parada obligatoria y primera en todos mis viajes- y
debimos comer algo en el mercado. Ya de regreso, yo tan pancha y
desafiando el jet lag, la altura del D.F. y hasta la mismísima
venganza de Moctezuma, caminaba como si me persiguiera la mafia,
cuando me di cuenta de que Ana ralentizaba y la miré.
-No,
-me dijo mientras giraba su dedo a la altura de la sien- el motor…
Comenzaron
entonces unos días llenos de encanto y diversión. Como la lectura
de los manuscritos de poesía nos dejaba mucho tiempo cada día
aprovechábamos para hacer otras cosas por la ciudad. Ana, rastreando
libros y personas relacionadas con el exilio republicano en México y
yo, tratando de descubrir todos los rincones del sensacional D.F.
Desayunábamos
frugalmente: té de yuyos,
café imbebible, plato de frutas –sin papaya, por favor-, tostadas…
y trazábamos cada una nuestro plan. El camarero que nos atendía, ya
sabía nuestras peticiones y, aunque siempre se olvidaba de quitar la
papaya del plato de frutas, esperaba impaciente por la mañana a que
bajaran de sus habitaciones estas dos extrañas aves.
Por
las tardes, nos encontrábamos en el jardín del hotel, una especie
de isla de la paz en medio del fragor de la ciudad. Nos contábamos
nuestras hazañas del día y volvíamos a leer y discutir los
manuscritos del premio.

Cerca
de la calle Donceles con enormes librerías con nombres como “El
desván del Libro”, “Inframundo”, etc., entramos en una tienda
de materiales médicos y compramos unas docenas de guantes de látex y un par de mascarillas.
Armadas con todo ello, la verdad es que ninguna montaña de libros nos
desanimó. Palabras claves eran: Billiken, Antoniorrobles, Aleluyas,
etc…Naturalmente, ambas conteníamos el entusiasmo cuando aparecía
–con una etiqueta de 20 pesos mexicanos (menos de tres euros)- uno
de estos libros.
Los
días de deliberaciones del premio llegaron a su fin y, con ellos,
los de nuestras correrías. Un par de tardes antes habíamos sido
invitadas a cenar a casa de E.B. Fiel a mi tradición de
rompetacones, prometí llevar a Ana hasta la casa pero antes la paseé
por aceras intrasitables de Coyoacán, la monté en peseros de rutas
ininteligibles y ella aceptaba –creo que con cierta felicidad- mis
indicaciones: “subamos en este”, “aquí, corre, aquí nos
bajamos”, “y ahora solo tenemos que caminar cinco cuadras”…
hasta llegar a la casa de E.B. donde su marido nos recibió con un
monumental sombrero de cocina y nos ofreció una de las cenas más
deliciosas que recuerdo haber comido.
Luego
nos separamos unos días. Yo, a mi adorado Coyoacán, y ella, a su
Oaxaca de las Maravillas. Recibía, sin embargo, de vez en cuando,
una orden en extraña caligrafía y no menos inverosímil ortografía,
pues ya saben quienes la conocieron, de su curiosa afición a no
usar comas ni puntos, mezclar párrafos y hasta saltarse palabras.
“cómprame
si vas a Inframundo, libro grande con ilustraciones de X. Situado al
lado señorita caja, pegado a su pierna, estante tercero. Libro
cuarto, creo, con lomo blanco… “
Al
año siguiente regresé como jurado a ese premio. El primer día que
bajé a desayunar al hotel, el camarero se me acercó con su gran
sonrisa y dijo, como si solo hubiera transcurrido un día:
-¿No
está con usted la otra señora?
Y
qué podía yo decir. Solamente pensé: “esta señora…”
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Biografía de Ana Pelegrín
Bibliografía de Ana Pelegrín
En Acción educativa hay un seminario que lleva su nombre (y su espíritu) http://seminariodeliteraturaanapelegrin.blogspot.com.es/
La Biblioteca Virtual Cervantes le dedica una completísima página
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